martes, 29 de mayo de 2018

Mi mayor pecado

Supongo que siempre te he querido, 
pero me enamoré de ti 
-loca y perdidamente-
aquel día, en el Metro de Madrid. 
                         ¿Qué sitio más raro para enamorarse, verdad? 
Ahí estabas tú, con tu chapita feminista que colgaba 
de una camisa sin planchar 
(queriendo ser refugio de la desgracia 
que nos acecha por las noches, tender una mano,
 existir como tantas veces hemos pedido 
                                      que alguien exista). 
Con tus pulseras, 
que podría contar de memoria 
(las veces que he querido ser de cuero, 
que no estar, por ir siempre de tu mano). 
Con tu libertad por bandera 
y un beso siempre entre los labios, 
que solo existe si soy yo la que disparo.

No sé si es mi soledad
o es que te quiero de verdad. 
Pero a veces sueño
cómo sería vivir a tu lado. 

Jamás lo confesaré. 
Será(s) mi mayor pecado. 

jueves, 17 de mayo de 2018

Gritar con todas mis fuerzas,
por si alguien escucha.

Ver que no hay nadie al otro lado. 

lunes, 14 de mayo de 2018

De tallos verdes o amor.

Mi relación más duradera ha sido con Sofía. Si alguna vez me caso: tendría que ser con ella. Hoy se llama Sofía, mañana será Magdalena, o Pedro. Porque nunca me acuerdo bien de su nombre. También se me olvida regarla algunos días, aunque en cuanto me acuerdo le echo un buen piropo: 'Lola, bonita. Gracias por existir'. Le digo. Y ella más que existir, resiste. Al abrigo de mi esperanza, al frío eterno de este piso medieval. Al calor del verano en que nunca la riego porque me voy de vacaciones y no tengo a nadie que se haga cargo de ella (qué solitario suena esto. No lo es. O sí. No lo sé. No me importa). Sofía resiste, día tras día. Es una superviviente. Ha perdido la mitad de sus hojas en el camino de la resistencia, pero su tallo es verde y robusto, como la esperanza o lo sueños de un mundo mejor: tan llenos de vida. Siempre echando hojas nuevas. En la medida que le llega el agua, ella siempre está esperando a florecer. Y deseando recibir un piropo. Ella no sabe que aunque no recuerde su nombre, yo no la olvido, porque mi amor va mucho más allá de todo esto. Porque no nos une la necesidad (sobrevive perfectamente sin mí). Nos une la admiración y el respeto (joder, cómo no lo voy a hacer si sigue con vida). Nos une el cariño y tal vez la soledad. Coexistimos sin pedirnos nada la una a la otra. Ella crece con cada gesto que recibe por mi parte, y yo lo hago cada vez que veo su tallo verde aumenrar. ¿Hay alguna definición de amor más pura que esta?

domingo, 13 de mayo de 2018

He dejado ya de calcular a qué distancia está mi futuro de tu vida, porque sin darme cuenta me estaba anclando a un pasado que jamás podré recuperar. A un hombre que jamás volverá. A una eternidad que nunca fue mía. A ti, que ya solo existes en mi mente.

sábado, 12 de mayo de 2018

Después de una larga despedida llegó el último tren. Por miedo a perderlo subí corriendo y, mientras se cerraban las puertas, exhaló: vuelve. Como quien deja que su alma vaya tras de ti y se queda sentado, esperando en la estación. Noté como sus palabras se me quedaban tan dentro que casi tiro de la palanca roja que hay en las puertas de los trenes por si alguna vez sucede un momento como este, en que sientes que se te ha quedado el amor atrapado y no puedes avanzar. Fue el casi lo que me hizo avanzar, como siempre, sin mirar atrás. Mientras el mundo se paraba y él no miraba hacia atrás. 


jueves, 1 de marzo de 2018

Le dejé marchar.
Hace ya demasiado tiempo.
Y lo he vuelto a hacer
por el mismo miedo.
Miedo al dolor 
de no saber a qué. 
Miedo a tener miedo. 
A que me tiemblen las piernas de nuevo.
A no saber de ti
cuando las noches se hacen eternas.
Le he vuelto a dejar marchar
porque la soledad es más segura
que este vacío inmenso 
que sé que dejarás
una vez desaparezcas sin más. 
Y yo no pediré ninguna explicación. 
Porque no me pertenecerás.
Y eso es lo que más amaré de ti. 
Que sepas que no te pertenezco
y puedas vivir sin más. 

La libertad. 

domingo, 18 de febrero de 2018


Días como hoy 
pienso en él.
Y es el único instante
en que me siento libre.
Hace tanto tiempo ya
que a penas recuerdo
algún atisbo de su cara.
Es, sin embargo, su mirada 
lo que me mantiene viva.
Soñando que vuelve 
a acariciarme
mientras duermo 
el corazón. 
Y lo recompone 
trozo a trozo,
sin que a penas 
me dé cuenta. 
Provocando huracanes 
al otro lado del océano,
temiendo que algún día 
pueda dejar de amarme.
O aún peor:
que no pueda


volver a verle.


domingo, 28 de enero de 2018

Agárrate fuerte.

Me vio.
Se agarró fuerte a mí,
y me dijo:
¿puedes sostenerme?
No asentí. 
Tampoco me fui. 
Y se quedó ahí,
junto a mí. 
Hasta el final. 

Nunca nos quisimos de verdad.

Fue absurdo pretender amarnos.
Mi yo indomesticable.
Tu vida hecha por azar.
Nunca diste tu brazo a torcer.
Nunca nos quisimos de verdad.
Pretender cambiar
no es amar.
Mucho mejor:
                   dejar ir.
                  Dejar ser
                                de la forma
                          en que uno solo
            quiera
ser.

Te engañé con un futuro
estable, con hijos.
Me engañaste diciendo
que no te de drogarías más.

Empecé sembrando en otro monte
porque tus flores no erguían ante el sol
que yo plantaba cada día.

¿Cómo puedo empezar a amar
si mis manos se mojan en otro mar?
Ya no sé pensar.

¿Qué pretendíamos queriéndonos?
Dime,
por qué quisimos tanto el mar
procediendo nosotros
de áridos montes.

Dime,
¿por qué añoramos
la sal de una lágrima?

Harta.

He vuelto a escribir
en mi cuaderno.
Como si nadie fuera a leerlo.
Lo guardo para mí
y para otros cientos.

Harta de ser la gata
que escapó por la ventana
tu bruja de Cortázar,
la musa de un soneto
aún no escrito.
Harta de pensarte
y no tenerte.
De estos miles de kilómetros
-que ya son días-
que nos separan.
Harta de no contenerme
si estás presente.
Aunque haya alguien más
que ilumine mis días.
Harta de que seas
mis vacaciones
mi cielo
en medio del infierno
que se presenta de pronto.
Harta de esta forma tan mía
de quedarme
-contigo-
cuando siempre estoy huyendo.

Harta de mí
sin ti.

martes, 23 de enero de 2018

No entiendo cómo puedo echarte tanto de menos. Si juntamos todos los días que estuvimos cerca, ¿que serían en total? ¿Unos meses? Creo que eres el único al que mis amigos han podido querer, aunque sólo sea por el hecho de que saben que aún te quiero. Y que nunca dejaré de hacerlo. O quizá sea porque nunca has querido hacerme ningún mal. O quizá por tu Libertad. Esa forma de de dejarme ser yo misma mientras me acunas y me das tu cariño. La seguridad de que no vas a ninguna parte que no sea a mi lado. O cada vez que cuelgo el teléfono y me quedo pensando en tu respiración, que acompaña perfecta al ruido de mis latidos. Solo el hecho de que existas ya hace que recupere la fe. Quizá para mí también haya algo bueno. Quizá no sea hoy cuando vaya a perder la esperanza.
Mientras tanto te (ad) miro en la distancia, esperando que algún día vuelvas, a por el beso que nunca te di.

El último rayo de Sol.

El último rayo de Sol
es verde
como la esperanza,
es lo último que se pierde. 

Di vuelves.

Di vuelves. 
Di siempre. 
Diciembre. 

Me conformo.



Me conformo. Te digo. Ya sabes que con saber que estás bien, me conformo. Y un silencio en forma de sonrisa se dibuja al otro lado. No sé por qué lo sigo haciendo. No sé por qué contigo todo vale. No sé por qué te sigo esperando. No sé por qué estoy aquí sentada un viernes por la noche, a ver si acaso llamas. O incendias. No sé por qué entre mis labios se hace eterno un tal vez, ya no sé por qué. He dejado de escribir. Y tú me lo recuerdas. Y me dices que existe este sueño, que un día haremos realidad. Que no podemos dejar de luchar. Que la luz, de la vida: está ahí, para hacernos amar.

Tengo que olvidarte

Tengo que olvidarme
de que he hablado contigo
de que existe la posibilidad de verte. 
De que aún te quiero. 

sábado, 20 de enero de 2018

Hagamos un trato.

Hagamos un trato.


Llámame por el nombre que tú quieras. 
El que más te guste. 
Quizá el que me hubieras puesto 
si yo hubiera salido de tus entrañas. 

Pero no dejes de llamarme. 

Eso me hace recordar dos cosas: 
                                   que aún sigues aquí y que no has podido olvidarme. 

Creo que el mayor miedo del ser humano, 
                              más que la muerte, es el olvido. 

Miedo a no ser recordado. 
Miedo a no poder volver 
a tejer el camino ya andado. 
Parece que esta enfermedad 
vaya a pasos agigantados. 
O quizá sea que llevo muchos años 
demasiado lejos 
de mí misma.
Cada olvido es un puñal 
de realidad
en el centro de este Universo
que un día creamos. 


jueves, 18 de enero de 2018

Aunque ya sea tarde.

Hoy es tu cumpleaños.
Y me gustaría decirte un te quiero. Hace ya demasiados años. ¿Cuántas vidas vamos a aguantar? Me gustaría decirte que he visto una serie que te va a encantar. Y que he cambiado. Pero esto último no es verdad. Te diría que soy más tolerante con la injusticia, menos yo. Que ya no voy con mi verdad por bandera, porque me doy cuenta de que puedo estar equivocada. Que se me puede querer mejor. Que me he vuelto ordenada. Y que te encantaría conocer mi nueva casa. Pero ni siquiera me he mudado. Y este caos es cada día más inmenso. Me gustaría que me quisieras, de verdad. Me gustaría que quererme fuera un poco más fácil. No haber perdido gente por el camino. No haber dejado nunca de hablarte. Me gustaría no decir nunca más que llevo una eternidad sin abrazarte. Me gustaría poder hablar de ti a cada persona nueva que conozco. Llevarte siempre conmigo, y entenderte a cada instante. Pero hablamos idiomas distintos, tal vez de lenguas ya extintas. Quiero aprenderte, saber expresarme contigo. Pero ya van treinta años, y no lo consigo. Perdóname, de verdad. Perdóname por cada vacío, por cada falta, por cada insensatez, por cada vez que creíste que no te llevaba conmigo. Por no agarrarte de la mano, por no ver tu caída, por no ver que no eras feliz conmigo. De ti aprendí la lección más valiosa, la que más me ha ayudado en la vida. Y es que no siempre, no todo el mundo, puede quererte. Y, a veces, ni siquiera puedes hacer algo para cambiarlo. Pero, aún más importante, aprendí, que no sé querer distinto. Y lo siento. Aunque ya sea tarde.

martes, 16 de enero de 2018

Antes de que me olvides

Antes de que me olvides me gustaría escribirte un poema. Al que siempre volver cuando haga frío, en las noches oscuras de invierno en las que uno parece no saber nada. Y vuelve al calor de un recuerdo. ¿Dónde quedará el calor cuando ya no te quede nada? Estoy sobreviviendo a base de olvido. Supongo que eso hiciste tú. Eso te hizo tu cuerpo. Sobrevivir. No sé por qué, pero a veces nuestro cuerpo se enfrenta a nosotros mismos, y nos hace afrontar nuestros mayores miedos. (Mierda, ya estoy llorando. Seguro que si estuvieras sentada a mi lado, me dirías que dejase eso que me hace llorar. Que la vida es otra cosa. Que aquí estamos para ser feliz. A mí, a la niña del verso triste. Tú nunca te rendiste). Pero ayer se te olvidó mi nombre. El mío. Fue el primero. Y no pude evitar decírtelo. Yo, que sé muy bien que hay que dejar pasar el hecho por alto, me giré y te repetí mi nombre mirándote a los ojos con un no me olvides grabado en la retina. Las miradas y los sentimientos son lo último que se olvidan. De eso sí que sé un rato. Al segundo, recitaste una retahíla de nombres que tenían que ver conmigo, era tu forma de decirme: no te olvido. Y yo sonreí. Y salí de la habitación con el alma rota, pero con una promesa entre los labios. Este no es el poema prometido, ni siquiera tiene pinta de relato, pero aquí va el alma entera, y hecha pedazos.