miércoles, 18 de enero de 2017

No supe hacerlo mejor.



Ayer mientras ordenaba mis libros en la terraza de la librería café, de pronto, se paró un niño.
Señor: ¿tiene hora?
Claro que sí, niño. Las nueve y diez. Pórtate bien, y mira dos veces antes de cruzar la calle que mañana vienen los Reyes.
El niño se quedó ahí, quieto. El señor ya no escuchaba, pero yo sí. Con una tristeza inmensa en sus ojos, dijo:
No, a mí solo me van a traer una cosa.
No supe bien qué decir ante esa soledad y esa mirada. Odiaba la tristeza que este mundo le había puesto en los ojos a ese niño que iba a recibir algo en un día cualquiera. Pensé en la cantidad de niños que lloran en las fronteras imaginarias que hemos construido entre países. Quise abrazarle, él no tenía culpa de lo que le habían hecho. Pero nunca se me han dado bien los niños. Así que respondí:
Jo, qué suerte tienes.
El niño, sin entender nada, se quedó callado unos segundos. Y después marchó como un adulto:
Me voy, que llego tarde.


No supe hacerlo mejor.

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