sábado, 25 de julio de 2015



Cuando era niña, mi mejor amigo, Ángel, me dijo: -¿Quieres ser mi novia?- Y yo le contesté: -No, pero puedes levantarme la falda-. Aún recuerdo su cara, una mezcla de estupefacción y miedo. La recuerdo porque la he vuelto a ver en cada relación que he tenido. Mi amigo, salió corriendo. A los tres días, envió a Pedrito a que me dijese que él quería algo más de mí, que me esperaría cuando fuese grande. A cambio del mensaje, a Pedrito le enseñé las bragas y nos hicimos amigos de la hora del recreo, ya que Ángel no podía evitar sonrojarse al verme y dejamos de ser tan amigos. Cosas de la niñez. Hoy, tengo 365 promesas en forma de hombres que no han querido levantarme la falda, y que me juran un amor futuro eterno. Y una resaca (futura) en forma de viernes noche, con una botella de whisky, un bol de palomitas y una sesión de cine de soltera por delante. No puedo contar la cantidad de veces que he oído un: es que tú mereces mucho más de lo que yo puedo darte, no es el momento o, mi frase preferida: eres como ese libro que necesito leer, verso a verso, empaparme de cada letra, de cada punto, de cada palabra... y que -por supuesto, cómo no- guardo para el momento perfecto, pues leerlo ahora sería desaprovechar la magia que puede tener. -¿En serio? - Repito, -¿en serio?-.
A veces, me pregunto a qué le teméis los hombres. ¿Teméis que la niña que se levanta la falda no pueda enamorarse de vosotros, a que lleve las bragas de un color que no os gusta, o a que os haga daño? ¿Por qué queréis más de ella de lo que os puede dar?. Y, lo mejor, ¿a qué coño esperáis?. Me pregunto: si Ángel realmente hubiera querido todo eso que decía que quería de mí, ¿no se habría quedado todos los recreos a mi lado? y lo mejor, si esto hubiera sido así, ¿no habríamos acabado siendo novios? Ángel me gustaba de verdad. Al final, yo solo quería que mi libertad a elegir fuese respetada. ¿Tendría Ángel miedo de esa libertad? ¿La tenéis todos?

Mientras tanto, mi perro me da los abrazos que nunca recibiré, y el whisky: el calor que esta noche no habrá.

Total, si no puedo ser libre: no quiero amar.

viernes, 17 de julio de 2015

Cáceres

Vivo en una ciudad invadida por las estrellas
en verano. Donde los atardeceres tienen
al menos cinco colores distintos, y las tonalidades
de azul son tan variadas, que cualquier poeta
enamorado del mar, tuvo que haber visto el mismo 
cielo que yo.


Giras la cabeza hacia un lado y entornas los ojos como si así pudieras ver mejor, se te eriza el vello con un recuerdo, y yo me quedo enganchada a ti para siempre.
Y aún no sé qué coño estás haciendo conmigo. Que me guardo los besos para luego, que te dejo poner la mano en mi entrepierna sin un grito que anuncie un orgasmo vacío de vida, y que te miro fija a los ojos y me quedo allí para siempre. Hoy no he vuelto a casa, estoy atrapada en tus pupilas, quizá así puedas ver lo mismo que veo yo al mirarte cada día, y quizá así puedas llegar a entender lo que solo tú me has hecho sentir.

jueves, 16 de julio de 2015


He vuelto a ponerme un cascabel en el tobillo, como aquel verano. A ver si así, al escuchar mi sonido al andar, vuelves a por los trozos que quedan de mí sin ti. Que llevo llorando tres días, desde que volví a ver tu sonrisa y supe que jamás encontraría una en la que me sintiera tan libre como en esa. Que llevo llorando tres noches, desde que volví a ver tu mirada y supe que nadie jamás volvería a admirarme así, que con nadie volvería a sentirme así. Y solo quiero que vuelvas, (yo, que me fui de tu lado sin mirar atrás), solo quiero que vuelvas a por mí. Y traigas contigo un poco de ese hilo que cose tan bien mis heridas, y de aquel pegamento que un día pudo unir todas las piezas de este desafortunado corazón.
Salimos como leones, en busca de un pedazo de carne que llevarnos a la boca. Y volvemos intentando ahogar nuestras heridas en alcohol de quemar los recuerdos. Cuando de niños caíamos, una friega de alcohol de noventa grados solía curar hasta el golpe más duro. Pero, ¿y ahora? ¿qué clase de ajenjo vamos a tomar para paliar esta certeza de que no hay nadie que nos llene el hueco vacío de la cama? Ni el de la vida, ¿de que no existe nadie que nos interese lo suficiente como para detener nuestro tren y llevarle de compañero de asiento en el viaje de nuestros días? ¿que ni siquiera existe alguien a quien podamos amar mientras le follamos salvajemente? ¿alguien con quien eso de aburrirse suene absurdo, alguien con quien bailar y reír por las mañanas, y con el que lo ordinario resulte mágico y lo extraordinario sea pura rutina, como en 'Cien años de soledad', pero sin soledad. Que solo sean cien años, y que nos parezcan pocos. ¿Cómo coño vamos a saciar este hambre eterna de amor, si salimos y solo encontramos ríos de agua, que ni siquiera es potable?
Desde que te has marchado, este piso que no cumple la normativa de habitabilidad, parece eterno. Los metros son kilómetros, y el silencio que tanto adoraba me rechina en los oídos. Siempre tengo encendida la caja tonta, me creo que así engaño a la soledad. Pero, al menos, hay un ruido distinto a ese vacío que has dejado. Como un avión al despegar, me has taponado los oídos y siento una enorme presión en la cabeza. Solo soy capaz de tocar esa nada que hay entre tu nombre y el siguiente, que también es el tuyo. Como siempre.

lunes, 13 de julio de 2015

Poesía eres tú.




"Una estrella brilla por sí misma, pero muchas veces la soledad la condena."
Louise Brooks


Y están lejos, su luz siempre llega tarde, y los mortales las admiran y envidian a partes iguales ya que siguen dando luz, incluso miles de años después de haber muerto.
Nunca supe si realmente merecía la pena ser una estrella: si no tenía boca para reír, si siempre llegaba tarde a tus despedidas, si nunca podía abrazarte.


Y tú, vuelves a llamarme hija de la Luna, y me dices que mi luz alumbra tus noches, que mi presencia mueve tus aguas, que mis cambios marcan tu vida, y yo me muero de miedo.
Nunca quise ser una estrella.







A veces creo tener la respuesta a ese eterno interrogante llamado amor. Y amo, y me creo que puedo hacerlo. Duermo abrazada a él, en paz, y todo parece brillar de un color hermoso. Pero es entonces cuando me cruzo con tu mirada y me acuerdo de la poesía. Y veo eso que jamás dibujarán otras pupilas cuando me miran, jamás. Es imposible, porque no es humano. Y vuelven los poemas, y el corazón despierta de un latido, y tú ya no estás. Pero yo recuerdo lo que es amor. Y no es una tarde de domingo (o sí, si es junto a ti), y no es un paseo agradable bajo la luna (o sí, si es junto a ti), y no es un pasar las tardes en compañía (o sí, si es junto a ti), y no es una película, un libro o un piropo (o sí...). Es un sonrojar en las mejillas ante el hurto de un suspiro, es un te amo, libre y sin tapujos, es un te quiero así, porque eso es todo. Es un quédate conmigo o no podré vivir, aunque suene a demasiado. Pero sí, seguimos viviendo, por separado, el mundo no se para, excepto cuando nuestros relojes se cruzan y se acuerdan de los poemas. Ahí sí. Sucede una explosión. Pero apretamos los dientes, y la dejamos pasar. Como siempre, como todos. Al fin y al cabo, el amor es eso que dicen, el amor... ¿qué coño es el amor si no eres tú?


Vuelve.

Y ya es domingo.




Es difícil ser libre, pero cuando funciona, ¡Vale la pena!

-Janis Joplin-


Ilustración: El Loco del Pelo Rizo.



Besarla, era pisar el acelerador a fondo, creyendo que pisabas el freno.

-Carlos Salem-



Fotografía: Richard Avedon.

sábado, 4 de julio de 2015

La araña.



Cada mañana sales de mi cama

con un nombre distinto, pero yo te sigo
llorando igual. Lloro al vacío que dejas,
                          a las tardes de domingo
sin columpios
y a las mañanas sin bailes y sin café.
A la risa que te provocan mis manos
entre tus piernas cuando tienes las tuyas llenas de jabón
en la cocina, a la fiesta de comida cuando llegas del mercado
y boca a boca, no nos dejamos ni la piel.
Lloro al vacío que hay entre tu cuerpo
                                                           y el siguiente,
porque cuando tú te vas, nadie
se queda a abrazarme los viernes, ni a beberme los sábados,
y los domingos sin tus dedos, yo no sé volar.
Los lunes, ya no he vuelto a la oficina porque los tacones
duelen demasiado si no me paseo antes por tu espalda,
además creo que me han despedido. Pero ellos no saben
que yo quiero dedicar mi vida a follarte
para poder después escribirlo.
Que no hay nada que me pueda atar,
si no son tus manos a la cama. Que nadie me puede
controlar, si no eres tú quien está encima.
Pero te cuento que me voy a mudar a otro planeta,
que voy a empezar a fumar y que me voy a hacer poeta,
y solo te ríes mientras te atrapo para siempre con mi sonrisa
y mis pies se entrelazan en tu abdomen. Y dices
que te vienes conmigo, que lo dejas todo,
y yo me asusto. Pero imagino las tardes de domingo
y las sonrisas eternas en el sofá y te digo sí,
quiero.
Y ante mi afirmativa, tú
te asustas y te vas,
y aún no has vuelto a llamar.
Y por mi cama, siguen pasando gemidos
y sonrisas a partes iguales,
pero yo sigo pensando en el vacío que me han dejado
tus besos, y en que no los llenan siete (ni cien)
como tú, cada semana.



Fotografía: 'La araña del amor'. Henri Cartier-Bresson. . México, 1934. 

miércoles, 1 de julio de 2015

él.

Creo que nunca os he hablado de él. Es tan guapo que cada vez que le miro me estallan los ojos, me hacen chiribitas, salen estrellas, ocurre el Big Bang, y mil supernovas a la vez, y de ellas nace un firmamento lleno de luz, y me muerdo el labio hasta que se me deshace de tanto quererle. Es mi alma gemela. Eso que crees que no existe, que nunca puede ocurrirte, que es un invento de Hollywood porque es demasiado bonito para ser verdad. Pues eso es él. Eso es un nosotros. Si alguna vez lo hubo. Le conocí cuando todo era arena y desierto en mi vida, cuando tenía que subir mil escaleras para conseguir cualquier propósito, y cuando el fango me cubría hasta las rodillas. Fueron pasando los días, y el desierto se convirtió en sonrisa, en magia, y en una ciudad preciosa por donde caminar escondidos de la mano. El primer polvo fue en un parque, pero de fondo había toda una humanidad de piedra y el morbo de ser descubiertos que, sin duda, lo convirtió en el mejor polvo de mi vida. Creía conocerle desde siempre, porque 'siempre' nunca me pareció demasiado cuando estaba a su lado. Si alguna vez había deseado a alguien con quien compartirme, era él. Nada más. Ni nada menos. Él. Le quería por entero, con sus excusas, sus miedos, sus inseguridades, y sus peros. Y lo mejor, él a mí también. Nunca, y repito, nunca, intentó cambiar un solo pelo de mi melena libre. Y nunca, he vuelto a sentirme así con nadie. Supongo, que al final todos encontramos alguna imitación barata del amor, esa mitad con la que compartimos gustos, aficiones, tiempo, y que nos llena un poco. Nos llena la mayor parte del tiempo, pero siempre tenemos un vacío. El vacío que nos recuerda la crisis de los 30, de los 40, de los 50... y así, hasta la muerte. Porque sí, estamos bien. Pero no lo hemos encontrado, o si en algún punto lo encontramos, como me pasó con él, lo dejamos ir. Simplemente porque no era el momento, no era fácil, no era posible. O ese millón de excusas que nos pone el miedo, cuando se planta delante de su gran enemiga la felicidad. Y nos invade, y nos vence. Porque el miedo es un gran cabrón que conoce de sobra nuestra debilidad, y la felicidad es ingenua y no puede con él. Maldita envidia que domina al miedo. Maldito miedo que corrompe mi felicidad. Y eso fue él, un momento imperfecto, un millón de excusas, un 'quiero ser libre, cuando no me daba cuenta de que mi única libertad ocurrió contigo'.





Fotografía: James Dean.